Monday, October 13, 2008

chih-bah-¡puta la hueá!




Dolor, dolor, dolor.
Enormes y autocompasivas oleadas de dolor.
Eso siento justo ahora.

Mi viejo se mandó la última.

Ahora, un huevón -para quererme- tiene que estar ebrio.

De huevona. SIEMPRE de huevona.

¿Para qué abrí la bocaza?

Me pasé dos putos años con el Cou para entender a cabalidad y racionalmente qué tipo de hombre es mi viejo y cómo protegerme de sus cuchillazos emocionales.

Una vez el Cou, con ese desapego que sólo tienen los nerds que se convierten en psychos...de manera átona... como quien anota una descripción en una tabla... me dijo:
-Tu viejo es cruel-.

Y pese a que la que estaba llorando por enésima vez un puto sábado en la mañana por el manido tema de la árida relación paterna en la consulta de un sicólogo era yo...
me sofoqué...
Con un hipo, el llanto se me detuvo.
Y me asusté.
Me sentí herida.
Un poco agredida.
Y francamente airada.

Porque igual que longhi de pobla, eso de que a uno “le saquen el padre” es imperdonable.

Y, por supuesto, el Cou no insistió.
Total, a él le pagan por analizar e intentar guiar al que se quiere ayudar.
No al que no quiere ver.
Y a mí siempre me ha conflictuado tomar un rol activo en este eterno gallito con mi viejo.

Tengo casi cuarenta y el tema aún es tema.

Me es más cómodo hacerme la víctima que decir
¡me tiene hasta la concha!

Pero así no más es.

Me tiene hasta la concha con su eterno degradarme.
Con esa onda de quererme un rato y patearme en el suelo al siguiente.

¡Hay que ser bien cruel para decir lo que dijo!
Pero hay que ser bien huevona para permitírselo.
Así que eso:
me chupa un huevo que él crea que para quererme hay que estar ebrio.

A lo mejor le haría bien bajarse una garráfa...